Quizás nunca te lo has preguntado, pero ¿sabías que actualmente incluso cuando nos morimos le hacemos un mal a la tierra? Ahora, con el tema de día de muertos, parece un buen momento para detenernos a reflexionar sobre por qué es dañino y algunas ideas para morir con menos huella y menos emisiones.
Es común en los seres humanos tenerle miedo a la muerte, tratarla de evitar en el pensamiento… pero alrededor del día de muertos en México, durante algunos días, nos dedicamos a recordar a los muertos y pensar en la muerte. Siempre he sentido que eso es algo psicológicamente sano: unos días al año para reexaminar nuestros duelos, poner pensamientos en orden, soltar emociones atoradas…
¿Pero alguna vez te detuviste a pensar si la muerte es ecológica? En el sentido de hacerle un bien a la tierra, reintegrarnos a los ciclos naturales de nutrientes… ¿Hay diferentes maneras de resolver la muerte que sean más o menos cuidadosos de la naturaleza?
Veamos: ¿cómo sería una muerte natural, si se cae un animal muerto (ratón, zebra, humano) en el bosque o la sabana? Ese animal es rápidamente re-aprovechado por otros animales de rapiña: ¿quién no ha visto a los buitres (zopilotes, como les decimos en México) y las hienas en los documentales de historia natural? Los cóndores y cuervos son otras aves carroñeras americanas. Además llegan otras criaturas más pequeñas, los descomponedores como las moscas y sus larvas —que se especializan en acabar con los restos de carne— y polillas, dedicadas a consumir el pelo y uñas de los seres muertos. Y luego llegan los que no vemos a simple vista: las esporas de los hongos, los microorganismos de la tierra, algunos muy especializados en la descomposición de la materia orgánica muerta, que permiten que todos los nutrientes de un cuerpo regresen al suelo, para ser alimento de la vegetación, para ser alimento de otros animales y volver a cerrar el ciclo.
Algunos pueblos tradicionalmente tienen prácticas mortuorias que promueven el mismo proceso.
Entierro celestial
En Mongolia, por ejemplo, se usaba (y usa) lo que se ha traducido al español como el entierro celestial. Consiste en dejar al muerto en un lugar abierto de la estepa donde vienen los animales, como buitres y perros salvajes o lobos, a comérselo. Cuanto más rápido acaban con la carne, mejor, porque es señal de la liberación del alma. Esta practica era de uso frecuente para los ciudadanos comunes en Mongolia y zonas aledañas como el Tibet, Qinghai, Sichuan, Bhutan, Sikkim y Zanskar (actualmente estas regiones forman parte de Mongolia, China y la India). En algunas poblaciones rurales sigue siendo la forma elegida de disponer de los seres queridos.
Para los nómadas de Mongolia, la práctica del entierro celestial es parte de una larga tradición de reverenciar y preservar la vida: al darles de comer a los animales silvestres de las estepas con los restos de sus muertos, alimentan a los depredadores y protegen a sus presas. Quizás lo más importante es que la tradición es una afirmación profunda del concepto Budista de la impermanencia de todas las cosas. En esta perspectiva, el cuerpo es simplemente un recipiente. Cuando ya no tiene vida su propósito es nutrir la Tierra y aquellos que quedan en ella.
Suzette Sherman (Sevenponds.com)
En el Tibet hay varios monasterios que se dedican a la ceremonia del entierro celestial y tienen lugares especiales en puntos altos de la montaña donde cortan el cuerpo en pedazos y donde los buitres ya saben que habrá comida con frecuencia. La ceremonia se enmarca en las enseñanzas budistas sobre la transmigración de espíritus: no hace falta «preservar» el cuerpo porque lo consideran simplemente un recipiente vacío. Cuando ya acabó su uso hay que deshacerse de él de la manera más generosa, regresándolo a la naturaleza.
El objetivo explícito del “entierro celestial” se revela en su nombre, bya gtor en tibetano, que se traduce literalmente como “repartido por los pájaros” una alusión a que los pájaros carroñeros defecan en la montaña después de comer (o sea, contribuyen a la generación de suelo fértil en la montaña alta –o en la estepa de mongolia– donde crecen muy pocas especies). También se refieren a esta costumbre como “darles limosna a los pájaros”.
(Si se atreven, pueden ver algunas imágenes muy impresionantes de los entierros en el Tibet aquí y un video aquí.)
Entierros al aire libre
En Trunyan, un pueblo de la cultura Bali Aga en el noreste de Bali que conserva tradiciones de la época pre-Hindú de la isla, la gente no crema a sus muertos (como la mayoría de los Hindúes) sino que los dejan en el cementerio sobre la tierra, cubiertos por una jaula de bambú para proteger al cuerpo de los animales carroñeros. La acción de los microorganismos y —como dicen los Trunyaneses— el viento, el elemento sagrado, se encargan de deshacer los cuerpos en unos pocos meses y sin que haya mal olor. Pueden ver algunas fotos muy impresionantes aquí. Cuando se descompone la carne, recogen los huesos y cráneos y los juntan en un osario.
…el lugar tenía una serenidad inesperada. Sorprendentemente no olía a muerte. Se sentía que los cadáveres, protegidos por sombrillas coloridas y vestidos con sus prendas preferidas, estaban en paz. La mirada de los cráneos en el osario parecía tranquila, su viaje había concluido y las almas habían volado.
Theodora Sutcliff (BBC Travel)
En estas prácticas mortuorias milenarias de disponer de los muertos, nuestros cuerpos se vuelven un refugio más para la vida, se reintegran plenamente en los ciclos vitales de la naturaleza, como si fuéramos un animal más en el bosque o la sabana.
Pero ¿cómo comparan las formas de disponernos en las grandes ciudades occidentales del presente?
La muerte ahora se complica porque en las grandes ciudades somos tantos que incluso en una ciudad «chica» puede haber decenas de muertos cada día. Si la tradición occidental global, adoptada en la mayor parte de las grandes ciudades de América latina, era enterrar a los muertos, cada vez hay menos tierra disponible para tantos.
Entonces veamos cuales son las opciones más comunes para los muertos en las zonas “modernas” y urbanizadas del planeta ahora.
Incluso cuando si se considera un entierro de cuerpo entero, es sorprendente común involuntariamente «embalsamar» al muertito: se llena de formaldehído (un conocido irritante que en dosis altas puede provocar cáncer, según el EPA de EEUU) para preservarlo y se entierra en un cajón de maderas nobles (que tardan mucho en descomponerse), o de metal (que será eterno), dentro de un cubo de cemento. A través de todos estos materiales es muy difícil que un solo microorganismo alcance a llegar en cientos de años a rescatar un nutriente del cuerpo del muertito.
Suponiendo que evitemos el uso de químicos y los microorganismos que habitan dentro de nosotros en vida sigan su desarrollo descomponiendo nuestro cuerpo, solo lograrían (en el mejor de los casos) reducirnos a un charquito de materia que no podría seguir su camino cíclico de nutrientes. En otras palabras: toda la materia de ese cuerpo se pierde del ciclo natural de nutrientes. En el suelo se hunde un cubo de cemento inerte y esos metros cúbicos dejan de ser suelo vivo para volverse una zona inhóspita para la vida.
No tengo cifras sobre qué tan común sean estos entierros en América Latina, pero en una entrevista hace pocos años en un establecimiento funerario de la Ciudad de México, la opción principal de los “paquetes de cuerpo entero” que me ofrecían como cliente potencial era comprar un “multifamiliar” de cemento, un hoyo profundo forrado de cemento donde podía enterrar a varios muertos sucesivos uno encima del otro, colándole una loza encima a cada uno. Muchos cajones eran orgullosamente de maderas caras tropicales (consideremos el impacto ambiental de la tala de estos arboles silvestres majestuosos) aunque sí me ofrecieron algunas opciones más “verdes” de mimbre (que de todas maneras quedaría dentro del sarcófago de cemento).
La otra opción clásica ofertada era la cremación. Casi cualquier cosa suena mejor que llenar el suelo de cubos de cemento encerrando cuerpos que no pueden reintegrarse a la naturaleza. ¿Pero qué pasa con el cuerpo cuando lo quemamos? El ser humano, como todos los seres vivos del planeta tierra está compuesto principalmente de oxígeno (65%), carbono (18%), hidrógeno (10%) y nitrógeno (3.2%).* Al quemarnos, se libera todo nuestro carbono. Quizá por cuerpo (18% de tu peso corporal?) no parezca mucho, pero si consideramos la energía que se usa para prenderle fuego a nuestros cuerpos acuosos, la liberación de carbono se calcula en unos 250kg, y con la cantidad de cremaciones que se hacen en las ciudades cada año, termina significando millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono. Además las cremaciones contribuyen otras partículas contaminantes, entre ellas óxidos de nitrógeno (que contribuyen a la formación de ozono), mercurio (cuando se queman nuestras reparaciones dentales que lo contienen) y otros (cuando se queman otros implantes no orgánicos como marcapasos). Datos de National Geographic.
Entonces aunque ya ofrecen urnas «ecológicas» de sal (para «despedidas marítimas») de tierra, de arena, y de madera para guardar las cenizas, en realidad para entonces, la materia que dejamos para contribuir a la naturaleza ya se nos fue en el humo del crematorio.
Alternativas que existen en algunos países
Compostaje de cuerpos
En EEUU hay un proyecto de «compostaje de muertos» que propone revolucionar la manera en la que disponemos de nuestros muertos. Recompose es una empresa funeraria con base en Seattle que solo ofrece 1 tipo de disposición final: el compostaje. Su proceso busca imitar (y acelerar) los procesos naturales de biodegradación en un suelo boscoso.
La fundadora, Katrina Spade, (TED talk de 2016 aquí) ha dedicado –junto con muchos colaboradores– más de una década al diseño, investigación y pruebas de su sistema y luego ha luchado por legalizarlo. Es una técnica de compostaje de cadáveres en cápsulas individuales, de manera que al cabo de unas 8-12 semanas la familia puede recibir tierra fértil u optar por que la tierra se use en un proyecto de restauración de ecosistemas. Dicen que cada cuerpo adulto produce más o menos 1 metro cúbico de suelo fértil.
El cuerpo se prepara y rodea de otros materiales orgánicos como hojas y paja y se encierra en una cápsula durante 5-7 semanas durante las cuales se crean las condiciones idóneas para la descomposición microbiana. Después se retira de la cápsula y «descansa» al aire libre durante unas semanas más para estar listo para aplicarse en jardines, bosques o zonas de conservación.
Actualmente el compostaje humano ha sido legalizado en 5 estados (Washington, Colorado, Oregon, Vermont, California) de EEUU pero cualquiera en el país puede pedir ser trasladado a Seattle para sus «cuidados después de la vida».
Cremación acuática (llamada «acuamación»)
“Las máquinas de cremación en agua bombean un líquido alcalino caliente alrededor del cuerpo durante cuatro a seis horas, acelerando exponencialmente el proceso natural de descomposición… Una vez descompuesto el cuerpo, solo quedan los huesos y los implantes no orgánicos. Los huesos se secan, se trituran y se devuelven a la familia.”
Sustentar TV
La cremación acuática ocupa mucho menos energía para calentar el agua (10% comparado con una cremación) y no genera emisiones (más que las asociadas a la energía para calentar).
Este proceso se inspira en una práctica mortuoria de los pueblos de Hawaii (que usaban agua caliente de los volcanes para descomponer a sus muertos). La versión que ofrecen los servicios funerarios se inició en Canadá, está disponible en 28 estados de EEUU y está llegando a algunas ciudades en México.
El líquido que resulta del proceso puede usarse como un excelente fertilizante aunque aparentemente en la mayor parte de los casos es desechado al drenaje.
Entierros «naturales»
En algunos países de Europa y algunos estados de EEUU, existen cementerios «naturales». Es decir donde los muertos se entierran de cuerpo entero, con ropas exclusivamente de fibras naturales para que se incorporen a la tierra y alimenten el suelo y la flora local.
En Italia existe el proyecto de Capsula Mundi que propone recibir el cuerpo del difunto en una gran cápsula en forma de huevo de un material biodegradable y enterrarlo para luego plantar un árbol (escogido por el muerto) que podrá ir aprovechando la materia orgánica a medida que crece.
En el Reino Unido hay varias propuestas de entierro natural con algunas diferencias pero principios similares: en la siguiente foto se ve Claytonwoods Natural Burial Ground (Sussex, Inglaterra). Es un predio de 6 hectáreas que antes de ser cementerio era un campo agrícola que hace más de 100 años fue bosque.
Está dentro de un parque nacional y colinda con un predio donde se conserva un bosque de árboles añejos. En el campo de siembra se conservó un solo árbol, un roble, que es ahora el único que ofrece una sombra significativa mientras crecen los que están plantando progresivamente en torno a los entierros.
Los árboles que plantan son nativos y tienen un plan de siembra acordado con el parque nacional. Incluso las placas deben ser de madera. Recomiendan que los trates con aceites no contaminantes hasta 4 veces al año, o las puedes cambiar cuantas veces quieras, pero cuando ya no haya quien cambie la placa, esa quedará incorporada al suelo. Tienen una política de conservación desarrollada con el parque nacional (la pueden leer aquí) y entre otras cosas advierten a sus clientes que «En ciertas épocas del año, el cementerio puede verse desordenado. Por ejemplo, a veces el pasto está largo y no lo cortamos. Esto es para proteger a los pájaros anidando y para crear hábitats naturales que favorecen a los animales silvestres como mamíferos pequeños, mariposas y abejas».
Trajes de hongos carnívoros
Jae Rhim Lee, una artista estadunidense, se dedica a crear trajes de entierro de hongos carnívoros, para acelerar la descomposición de los cuerpos y contribuir los nutrientes al suelo.
Según ella, los entierros convencionales en EEUU agregan 800,000 galones de formaldehído (un tóxico conocido, como dijimos antes) a la tierra y los hongos son capaces de «descomponer» el formaldehído –y otros tóxicos que puedan haber absorbido las personas en vida– para que ya no sean dañinos. Su traje es de materiales enteramente biodegradables y está sembrado con esporas de los hongos que ha identificado como purificadores o limpiadores y biodegradadores.
Para saber más de los trajes de hongos carnívoros les recomiendo el TED talk de Jae Rhim Lee y este artículo de BBC mundo.
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La mayoría de estas opciones tan coherentes, pero consideradas «alternativas», no están disponibles actualmente en México (que yo sepa) y creo que tampoco en otras partes de América Latina (pero me harán felices si me avisan dónde sí!) por cuestiones legales sobre cómo y dónde se puede disponer de un cuerpo humano. Sin embargo, un cementerio rural quizá, en la práctica, no se aleje tanto de un entierro natural si eliges bien el atuendo del muertito.
Cuando optamos por permitir que nuestro cuerpo o el de alguien querido se descomponga naturalmente estamos cerrando un ciclo de vida, que en realidad no es solo un círculo sino un espiral infinito. En lugar de ver la muerte como una finalidad, podríamos entendernos parte de ciclos muchísimo más vastos: nuestros cuerpos harán florecer el entorno donde se descomponen naturalmente. La densidad de nutrientes alborotará en positivo ese ecosistema.
¿Cómo quiero que me entierren a mi? Ya les dije a mis familiares, cuando llegue el momento me quiero ir vestida de fibras naturales con un par de bellotas en la mano. Ojalá pueda ser fuente de alimento para unos macro y micro organismos que luego contribuyan a las redes de micelios y promuevan la vida de unos cuantos encinos endémicos y demás flora nativa del altiplano mexicano. Por eso le hice una corona de hojas de encino a mi calaca, además de dotarla de moscas, larvas, lombrices, un escarabajo pelotero. Entre sus adornos hay dalias, lirios aztecas y coralillo, todas plantas nativas de los bosques de encinos del centro de México.
Gracias:
A Lupe Rojas por la inspiración de bordar una calaca y también a algunos muertos y escultores medievales de tumbas transi (de transitoriedad) que muestran los cadáveres en descomposición. Por ejemplo este y este. Su intención medieval probablemente fue recordar que la vida es transitoria y luchar contra la vanidad, para promover el más allá que proponía la iglesia. En mi caso espero dejar muy claro que yo sí deseo que me coman los gusanos: ojalá las flores y colores de las calaveras mexicanas ayuden a quitarle el horror medieval a los bichos maravillosos para pasar a una exultación de la transformación de la materia: de carne y hueso podemos pasar a ser alimento de macro y microorganismos y nuestras partículas se transformarán en árboles majestuosos. Y si esa visión hace que además las generaciones venideras respeten más los árboles que las pasadas, cuanto mejor para ellos y los ecosistemas.
*Los 3.8% restantes con calcio (1.5%) y fósforo (1%), potasio, azufre, sodio, cloro, magnesio (todos juntos 1.2%)
2 respuestas a «¿Y si la muerte pudiera ser ecológica?»
Gracias Dora x toda la informacion. No se, pero averiguaré si legalmente se puede ir a la tierra sin cajon aca en Argentina. Y gracias enormes por toda la reflexión que compartis!
Siempre considero a la muerte como parte indispensable de la vida y tenía claro como despedirme pero después de leerte estuve lo repensando. Sin embargo sigo prefiriendo la cremación pero sin ropa, así que ojalá en unos años hayan conseguido disminuir los gases que expulsan al hacerlo.