Viaje a Nuevo San Juan Parangaricutiro
El 20 de febrero de 1943 Don Dionisio Pulido, un comunero de San Juan de las Colchas, como se le conocía a San Juan Parangaricutiro por su producción textil, salió a revisar su milpa. Se sorprendió al descubrir una grieta en la tierra plana de su milpa que echaba gases y calor. Al día siguiente se veía rojo vivo en la grieta, y pronto empezó a levantarse la tierra alrededor de la grieta. En un año, la pequeña grieta, ya era un cerro ardiente de 400m de altura sobre la meseta purhepecha.
Por la parte alta del cono echaba algunas rocas y mucha ceniza y a sus lados dejaba fluir lava. Estos ríos de lava cubrieron primero el pueblo más cercano que era San Salvador Combutzio, prácticamente al lado del nuevo volcán, porque este había nacido en el límite entre las dos comunidades. Pero la lava fluye despacio y todos tuvieron tiempo de huir. El nuevo volcán tenía dos salidas de lava principales, que se ven hasta el día de hoy a dos lados del cono principal del volcán: al más grande se le dice Sapichu o “el pequeño” en purhépecha, por su tamaño relativamente menor al del cono principal. Pero tuvo una producción asombrosa de lava. Para 1944 seguía saliendo lava. Las coladas tumbaban bosques mientras que las cenizas cubrían y mataban el pasto, y el ganado y todos los animales se morían de hambre. Y la producción del Sapichu no amainaba. En abril y mayo un río de lava rodeó un cerro y se acercaba a San Juan Parangaricutiro. La gente empezó a sacar sus pertenencias de las casas, dio tiempo de rescatar todos los papeles de la parroquia, retirar al Señor de los Milagros de la iglesia. Hora con hora, implacable, el río de roca incandescente, lento pero imparable, imposible de desviarlo, se comía bosques, tierras agrícolas, casas y llegó hasta el altar de la iglesia de San Juan. El día 10 de mayo de 1944, toda la comunidad emprendió el retiro a pie de su lugar de asentamiento de más de 300 años. Esa noche durmieron en Angahuan, otra comunidad cercana que ahora ofrece una vista majestuosa a toda la zona cubierta de lava, y dos días más tarde llegaron, con el Señor de los Milagros en alto, al lugar donde construirían el Nuevo San Juan.
Así nos contó Modesto Barajas, habitante de la comunidad de San Juan Nuevo, nieto de un niño de 4 años que fue desalojado por las fuerzas interiores de nuestro planeta. Estábamos sentados en el borde del crater del volcán, sobre rocas aun calientes, viendo el campo de basalto que son las coladas de lava que cubrieron 1600 ha en 9 años de erupciones continuas. En algunos lugares alcanzan 8m de profundidad. Aunque ya han empezado a crecer algunas plantas en los recovecos del basalto, se sigue viendo un campo negro en el paisaje verde del valle. En las zonas más cercanas al volcán, parece que la roca sigue echando vapor porque la lluvia se filtra a puntos calientes, donde la magma está a flor de piel, el agua hierve y sale como vapor. En varios puntos de las laderas y en el borde del crater se siente la roca caliente y si levantas una roca, o en algunos huecos, parece que realmente quema, como si estuvieras al lado de una hoguera.
No fue un castigo divino. Más bien quizá haya sido una bendición. Porque esa comunidad desalojada, obligada a trasladarse lejos de la llanura donde estaba el pueblo con su iglesia desde el siglo XVII, a un punto más elevado, sobre las laderas de un cerro donde tuvieron que reconstruir todo, es ahora conocido como una comunidad modelo a nivel nacional e internacional por su buen manejo del bosque. El territorio comunal siempre tuvo mucho bosque, como muchas de las comunidades de la zona. Cuenta Modesto, que en los años después del traslado, entró una empresa a sacar madera de su territorio y que algunos de los jóvenes comuneros en esos tiempos percibieron que la empresa se hacía rica a costa de ellos, y casi nada quedaba en la comunidad, y se propusieron aprender a trabajar el bosque ellos mismos.
No les fue fácil porque los bancos y los empresarios no querían prestarles a estos comuneros purépechas que no hablaban bien el español, pero poco a poco la comunidad se organizó, poniendo su propio aserradero y buscando apoyo con entidades amigas, muchas de las cuales siguen siendo sus comerciantes al día de hoy. En el camino supieron —y aquí está lo brillante— que al ser suyo el bosque, no había que acabárselo porque vendrían más generaciones y se han organizado y han sabido buscar las asesorías que les han permitido aprender a manejar el bosque de manera que siempre hay madera para toda la comunidad y trabajo para muchos de sus habitantes y hay reglas muy claras sobre como hay que cuidar el patrimonio de todos. No sólo se extrae madera de manera sostenible, sino que aprovechan otros recursos no maderables del bosque, como la resina de los pinos, y hay una fabrica destiladora de resina en el poblado. También tienen un pequeño proyecto ecoturístico, con las cabañas en las que nos quedamos en el Centro Ecoturístico Pantzingo. Aquí pueden ver un video de la comunidad sobre sus proyectos sostenibles.
En Semana Santa los habitantes de Nuevo San Juan, toman al Señor de los Milagros que ahora descansa en la nueva iglesia que le construyeron, y lo regresan caminando por el bosque y rodeando el volcán a su iglesia original. Duermen una noche en el bosque, en una parada donde todos hacen su campamento en un lugar donde ya le han preparado un refugio al Señor de los Milagros, y luego entran a San Juan Viejo parando en las estaciones de la cruz sobre las coladas de lava para llegar hasta la iglesia inundada de piedra.
Cuando un río de lava se empezaba a enfriar y endurecer, venía otro atrás con nuevas fuerzas que levantaba y empujaba al primero, de manera que la lava no se ve como una superficie plana, como la masa de un pastel recién vertido al molde, sino como muchas rocas apiladas. En algunos lugares se ve con claridad como la superficie de roca debe haber enfriado y endurecido primero haciendo una costra y luego otra fuerza llegó a empujar, romper, torcer y levantarla.